lunes, 8 de marzo de 2010

BONNEFOY Y LA NIEVE

Contemplo, desde la ventana de casa, la caída de la nieve. La nevada va cubriendo con una sábana blanca de frío la calle y el césped de los jardines del parque. Me calzo las botas, los guantes, la bufanda y salgo a caminar bajo la nieve. Es como si los ángeles jugasen en el cielo con las nubes y estas se desgarraran como almohadones de plumas. Me gusta sentir el crujido de la nieve bajo los pies. Y sentir ese extraño silencio que acompaña a la nieve cuando cae sobre la tierra. De regreso a casa me viene a la memoria un libro de poesía, Principio y fin de la nieve, del poeta francés Yves Bonnefoy. La primera vez que escuché hablar de este poeta fue a través de Rosa Lentini. Ella me recomendó leerlo, como ejemplo del poeta que sabe moverse con absoluta maestría entre los versos de un poema largo y un poema breve. Así que, poco tiempo después, me hice con este libro de Bonnefoy y comprendí el mensaje, las palabras, de Rosa. Y entendí ese rasgo renovador, genuino, que desprendían sus poemas. Y, ya en casa, he cogido este libro y he releído algunos de sus poemas, mirando hacia la calle, hacia esa nieve que, con el paso de otros transeúntes y los automóviles, ha ido perdiendo el brillo del color blanco, ha ido tomando el tono gris de la nieve pisada. Y de todos los poemas del libro, os dejo éste. Cualquier poema del libro es una pequeña joya. Como ese copo de nieve que juega al equilibro sobre el extremo de una rama o sobre el hilo de una tela de araña.

I
Última nieve de la temporada,
Nieve de primavera, la más hábil
En remendar rasguños en la madera muerta
Antes de recogerla y de quemarla.

Es la primera nieve de tu vida
Pues ayer aún no eran más que manchas
De color, diminutos placeres, temores, penas
Inconsistentes, faltos de palabra.

Yveo que ahora el miedo precede la alegría
En tus ojos que agranda la sorpresa
Y da un gran salto claro: ese grito, esa risa
Que me gusta y me lleva a meditar.

Porque estamos muy próximos, y el niño
Es el progenitor de quien lo toma
En sus manos de adulto una mañana y lo alza
En el asentimiento de la luz.

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