lunes, 26 de febrero de 2018

Reseña de "LA SEMILLA DEL ÓXIDO", por Carlos Alcorta

 
JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA. LA SEMILLA DEL ÓXIDO. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ-COMUNIDAD VALENCIANA, 2017. EDITORIAL DEVENIR
 
Hay en La semilla del óxido una persistente indagación sobre la identidad y sobre la función que ejerce el lenguaje en la construcción de dicha identidad, y hablo de persistencia porque, a veces de manera explícita y otras de forma más solapada, ese conflicto está presente en todos los poemas del libro y, sin embargo, José Luis García Herrera (Esplugues de Llobregat, 1964) ha conseguido ofrecer una multiplicidad de puntos de vista que en ningún momento resultan monótonos, algo que no resulta fácil conseguir en un libro de la solidez de La semilla del óxido.
 
La semilla del óxido
 
     Ya en «Acta de fe», el primer poema de la primera de las seis secciones en las que está dividido el volumen, García Herrera declara sus intenciones, reconoce sus límites, da cuenta de las fidelidades que sustentan una vida, la suya: «deudor / de un amor de mujer que no merezco, / afortunado aprendiz de poeta / que halló felicidad haciendo lo que más quería: / amar, ser amado y escribir». Esta humildad que, a veces, roza el menosprecio personal, recorre en sigilo el libro. La conciencia de la fugacidad de la existencia conduce al poeta a una especie de resignación cercana al nihilismo, como reflejan, por ejemplo, estos versos del poema «Voz en la tierra»: «Y al final nada somos. / Sólo firme voluntad férrea / por reafirmar en tinta la memoria de nuestro paso» o los últimos versos del poema que cierra el libro, «Tiempo de partir»: «Un hombre sustituye a otro hombre / en la cordillera del viento, en la esquina / donde el agua borra las fracturas de una patria / y nada escapa del óxido mortal de sus ruinas». Pero en el transcurso del primer poema al último hay espacio para meditar en profundidad sobre el devenir existencial y García Herrera, consciente como es de lo que le aguarda, lo hace, sin embargo, sin patetismo, antes al contrario, hay en sus versos la poderosa constatación del gozo de vivir incluso en el dolor, aunque no sea capaz —nadie lo es del todo— de trasmitirlo de forma fidedigna, acaso porque «Escribir —en cierto modo, / es esa necesidad de acercarnos al dolor— abre heridas invisibles / que intentamos cerrar con esas palabras / que jamás dan la exacta medida / de lo que deseamos expresar». García Herrera entiende la escritura como salvación (esto no significa que algunas veces se cuestione si esa salvación es solo una forma de autoengaño: «Pero las palabras no me salvarán. Nada me salvará»), como cauterio contra las heridas del tiempo y da sobradas muestras de esa confianza en el poder salvífico y redentor de la palabra, aunque él conoce de primera mano cuánto tiene de artimaña este convencimiento, lo que produce una admiración sin resquicios en este lector: «Escribir frente a ti y contra el olvido. / Escribo contra el olvido para vivir en ti / las horas del ayer que hoy me ofreces / con la lucidez de tu corazón y su memoria». Un epígrafe de Luis Cernuda —bajo su sombra se cobija la poesía de José Luis García Herrera— encabeza la segunda sección, más centrada ahora en ese conflicto identitario del que hablamos más arriba, aunque la vinculación entre vida y poesía siga tutelando sus reflexiones: «En el naufragio me sujeté al mástil roto de la poesía. / Di a la vida aquello que la muerte me reclama. / Para aquel que no fui / ya no quedan voces que invoquen a la esperanza».
 
José Luis García Herrera
 
     Subyace en esa fe en la palabra un deseo no oculto de trascendencia de permanencia, de eternidad si se quiere, que va más allá de la memoria de los seres queridos o del registro civil, porque el óxido, la herrumbre, la muerte acechan como perros hambrientos. Nunca sabemos cuán próxima está la mordedura y García Herrera, para conjurar el maleficio de la espera, confía toda su experiencia en la escritura, un oficio de tinieblas y soledad, «Por eso —escribe— me refugio en la oscuridad y pretendo ser invisible frente a las flechas de la luz. Enfermo de silencio me acurruco bajo la ventana de la memoria, me alimento con el óxido de las palabras que acumulo tras los ojos y grito en un océano de papeles rotos».
     No hay en este indagación autobiográfica discursos grandilocuentes ni están trufadas las continuas especulaciones sobre el lenguaje de consideraciones metalingüísticas. El discurso de José Luis García Herrera —autor de una sólida trayectoria— es, quizá de forma más contundente que en sus libros anteriores, firme y directo, aunque el permanente ir venir de un lugar a otro de la conciencia produzca un remolino del que el lector, a veces, se ve incapaz de salir, Esos merodeos son consustanciales al hombre que se interroga sobre su lugar en el mundo, al hombre que duda, al hombre que piensa. Por otra parte, tanto en verso como en prosa la factura de los poemas es exquisita, lo que hace de La semilla del óxido un libro altamente recomendable.

miércoles, 7 de febrero de 2018

LA SEMILLA DEL ÓXIDO, de José Luis García Herrera: vida, tiempo y palabra contra el olvido

Con sumo placer y gratitud copio en mi blog las precisas palabras que, sobre mi libro La semilla del óxido" ha escrito el poeta y profesor Santiago López Navia y que aparecieron publicadas el pasado 31 de enero en el blog de La Discreta (Náufragos en tiempos ágrafos). Palabras que fueron escritas para la presentación de mi libro en la Librería La sombra, de Madrid.

Por Santiago López Navia

Con La semilla del óxido (Madrid, Devenir, 2017), poemario galardonado con el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2017, José Luis García Herrera (Barcelona, 1964), añade una nueva y admirable obra a una producción poética fecunda y muy reconocida en el ámbito nacional e internacional.
 
El poemario se debate entre varias vetas temáticas, empezando por la experiencia vital. El programa de vida del poeta, aparentemente sencillo pero ambicioso en realidad (“amar, ser amado y escribir”), se enuncia desde el primer momento en Acta de fe”. La vida es una búsqueda permanente y siempre insatisfecha (“En la cruz del silencio”), marcada a veces por la desazón y el desengaño (“Tiempo de óxido”), a veces por las incertidumbres (“Funámbulo de la noche”) y a veces por los dolores de la existencia (“Existencia”) y la herida del vacío (“Fui”), que puede explicar la necesidad de la reivindicación identitaria (“D.N.I.”). El poeta comparte con el lector una poesía sentida, empática, conmovida y no solo conmovedora, que late entre otros poemas en “Accidente” y en la sección “Huellas sobre el agua”, de especial intensidad y hondura.
 
Una segunda veta temática gira en torno al paso del tiempo, en la que García Herrera se suma a una tradición tan larga y viva como la creación poética misma, y en la que son evidentes la dialéctica entre lo perentorio y lo permanente (“Escrito sobre el hielo”), el constante movimiento de la vida (“Nómadas”) y la percepción dolorida del transcurrir de los años (“Palabras de agua” y “Herencia de hielo”), simbolizado por la presencia recurrente del óxido, especialmente intensa en “Páramos gélidos”.
 


Destaco también entre los temas preferentes del poemario una poderosa reflexión metaliteraria que alcanza tanto a la lectura como a la escritura. El poeta presenta el acto de leer cono un rito vivificado y vivificante (“Antiguo ritual”) en el que declara las deudas que ha contraído con sus libros (“Los libros”). En cuanto al acto de escribir, la escritura poética hiere y cura al tiempo (“El cristal de la memoria” y “La herida abierta”) y no siempre se ajusta con precisión al sentimiento (“El cristal de la memoria”), como bien sufrimos quienes vivimos en este oficio. El proceso de la creación consiste en ocasiones en agavillar apuntes que serán un poema esbozado en noches a veces tranquilas (“De la noche tranquila”) o en un poema que será nuestra tabla de salvación contra el olvido (“Contra el olvido” e “Identidad perdida”), que fragua la masa anónima en medio de la cual brota la voz del poeta (“Imitando al olvido”).
 
Descubro en La semilla del óxido algunas recurrencias muy gratas con las que sintonizo cordialmente. La primera de ellas es la presencia inspiradora de la música, pasión que me une a García Herrera, en poemas que rinden homenaje a genios como el grupo America (“A horse with no name”), Phil Collins (“In the air tonight”) o Lou Reed (“Walk on the wild side”), y la segunda es la fuerza con la que se capta el misterio de la ciudad en “Los mares de la noche” y en “Urbanitas lex”, con el magnífico broche cierto y dolorido de sus versos finales: “No habrá ciudad/que no nos dé la vida/a fuerza de matarnos”.
 
(José Luis García Herrera)
 
El versículo, dominante en el poemario, se alterna excepcionalmente con la prosa poética en la sección “Los pasos desandados (Peralba de Trescastros)”, en la que el poeta despliega imágenes audaces y cargadas de sugerencias que me parecen especialmente brillantes en “Los espejos transparentes”. No puedo dejar de destacar la fuerza que adquieren a lo largo de todo el libro algunos versos de tono sentencioso y lapidario, cargados de una enorme lucidez: “El camino llega y te elige. Tu solo lo recorres/con la brújula ciega que gobierna el instinto” (“El peso de las huellas”); “La vida/es un teatro/donde los actores abandonan la escena/pero el telón/jamás/cae” (“A esta hora”); “La costumbre/es la virtud de los temerosos” (“Tributo al fracaso”); “La soledad/es un soliloquio de humo en busca de su dueño” (“La esencia de la vida”); “No hay descanso para la soledad” (“Frontera de la soledad”). Dejo para el final la vibrante secuencia “Todos somos del mismo lugar y de ninguna parte […] Todos somos del mismo lugar y somos forasteros […] Todos somos del mismo lugar. Todos mentimos”, que atraviesa el armazón de “Walk on the wild side”), y la tremenda sacudida que supone recordar que “no hay dolor/que sea más intenso que la vida” (“Sombra herida”).

Un poemario, en fin, cincelado con la honradez y la rotundidad propias de José Luis García Herrera y fiel a su esencia más pura, en el que sigue construyéndose una línea poética original y personalísima que, para bien de quienes disfrutamos de su obra y de su afecto, aún tiene mucho que regalarnos.