jueves, 11 de enero de 2018

Sobre LA SEMILLA DEL ÓXIDO, de José Luis García Herrera

La semilla del óxido, de José Luis García Herrera, Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2017, ofrece una poesía torrencial, profusa en imágenes. Por el escritor y articulista Javier Puig. Reseña extraída del diario digital Mundodiario.

La semilla del óxido, de José Luis García Herrera, Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2017, y publicado por Devenir, nos ofrece una poesía torrencial, profusa en imágenes que, sin espacios vacíos, con apenas pequeños detenimientos, sostienen lo inexplicable, barruntan lo que no se puede postergar, la incidencia del yo, el pronunciamiento biográfico. Sus poemas están concebidos desde la irrupción en “el tiempo lento de las confesiones.” O no tan lento, porque los poemas avanzan con fluidez, pletóricos de palabras, desde una aparente facilidad que no es precipitación sino la honestidad de atender el sentimiento más acuciante y consolidado. Transitan a través de sus versos palabras clave como: óxido, cristal, hielo, memoria, muerte, lluvia, olvido, fracaso, agua...



Estamos ante un viaje que da como resultado la composición de amplias representaciones de lo que aún se ha sido, mapas que no nos indican los espacios sino las solicitudes del tiempo: “En esos momentos de luz interior/ escribo varias notas desordenadas:/ mínimos apuntes/ surgidos de la emoción del instante.” Es el recorrido largamente introspectivo: “Conozco mis limitaciones, mis heridas, mis derrotas.” Y es que hay una preponderancia absoluta del yo que busca el nítido reflejo en la sucesión de unos versos obstinados, un continuo juego en torno a la propia identidad, un enfrentamiento con los sucesivos motores del ser, a veces confusos para el hombre vehemente: “Perdí la vida buscando a aquel que no fui.”

Nos encontramos ante una poesía testimonial, el autorretrato de unos precedentes que se arrastran. Se trata de consignar los acumulativos resultados del ser a través del repaso de actos que a veces fueron fundacionales. ”Solo sé que anhelo conocerme a mí mismo”, y  todo este poemario es un ejercicio de acercamiento a la consecución de esa meta. Aunque pueden ser muy duras las miradas hacia las imágenes retrospectivas y su postrera valoración: “Me he equivocado demasiadas veces”. La vuelta al suceso interior a veces es amarga: “Regresar a la noche de ayer es tributo al fracaso”.  El poeta vive “ebrio de temor y dudas”, “con los pies en los gélidos eriales de la nada/ al borde las oscuras aguas del fracaso”. La idea es asumir la tal vez necesaria existencia de la derrota: “Construyo mi derrota, con esfuerzo,/ y copio mi soledad en todas las horas que perdí.”

Esta poesía no está exenta de la contradicción resultante de estar muy viva. Así, cuando habla de sí misma, de su propia pertinencia. A veces, el logro de los versos es insuficiente agarradero: “En el naufragio me sujeté al mástil roto de la poesía”. Pero, en Contra el olvido se dice: “El tiempo nos vencerá, sí; pero este poema/ quizá nos reviva en la llama de otros labios.” Pero ese instante supremo es fugaz: “…Las falsas/ ilusiones de un poema que explicará la vida…Pero las palabras no me salvarán. Nadie me salvará.”

Y es que: “Escribir – en cierto modo, /es esa necesidad de acercarnos al dolor-/ abre heridas invisibles / que intentamos cerrar  con esas palabras / que jamás dan la exacta medida / de lo que deseamos expresar.” Alguna rara vez uno puede descansar en la conclusión, aunque esta sea tan ambivalente: “Al fin, soy nada más que alma en pena/ con tiempo hipotecado, deudor/ de un amor de mujer que no merezco,/ afortunado aprendiz de poeta/ que halló la felicidad haciendo lo que más quería: / amar, ser amado y escribir.” Pero lo habitual es poder alcanzar tan solo piezas aisladas, esparcidas por la inmensidad mayoritariamente cerrada a una comprensión definitiva. Y, mientras tanto, auparse un poco, aunque sea desde la digna reclinación de una “voz quebrada / por los días lejanos del óxido y la escarcha.” Porque: “La vida no es un refugio para la subsistencia; que el tiempo / no es la suma de vacíos, perdones y derrotas.”

La semilla del óxido es poesía intensa, rica en imágenes de una contundencia y una belleza muy logradas: “Fui fragmento del sol /sobre el hielo de los anocheceres”. Nunca se acerca a lo prosaico sino que se mantiene en un lenguaje claramente ceñido a un lirismo lúcidamente propiciado. Estamos ante una valiente indagación del propio ser a través de la tenaz búsqueda de la palabra que marca las sendas tenues donde cabe la ardiente evidencia, la íntima extrañeza y los finos sesgos de la claridad: “Sabré que estuve ahí, que ahí me detuve/ que un poema dio sentido a mi vida, que aprendí / el lenguaje de los océanos y la razón oscura / que viste de azul el horizonte de la brújula.” José Luis García Herrera demuestra oficio e inspiración, lo que deviene en un poemario en el que menudean excelentes destellos poéticos. 

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