sábado, 5 de enero de 2013

VACÍA LUZ, de José Manuel Soriano Degracia


    En ocasiones uno tiene la suerte, o la fortuna, de recibir una joya en forma de libro de poesía. A mí me ha sucedido con Vacía Luz, del poeta aragonés José Manuel Soriano Degracia. Le conocí hace ya algunos años, en Sant Andreu de la Barca, cuando vino a recoger el premio de poesía que convoca dicha población catalana. Ya entonces, en aquel primer encuentro, supe que estaba ante un joven poeta llamado a escribir grandes libros. Y creo, sinceramente, que no me equivoqué. Vacía Luz tiene la virtud de congregar entre sus páginas una poesía que nos conmueve y nos agita, que nos lleva a la reflexión y a la contemplación de todo lo que nos rodea con su dosis de desaliento y de esperanza.
   En el prólogo de Isaac Páez Catalán (a quien hay que agradecer que emplee, con acierto, la máxima de "lo bueno, cuando breve, dos veces bueno", pues expresa lo realmente significativo del libro sin recrearse en una especie de erudición vacía, como en la mayoría de ocasiones o prólogos innecesarios) alude a los aspectos de cierta línea contemplativa que lo acerca a un plano de la poesía oriental y, por otro, esa desnudez, esa luz en el vacío, donde el poeta libera sus sombras y plasma con rotundidad, el interior de toda (la suya y la de todos) condición humana. Desde ese hermetismo inicial en el cada uno vivimos, como el extranjero que recién pisa tierra extraña, el poeta se va abriendo camino a través de la memoria, o del olvido recuperado, para regresar, o comprender, al mundo que el poeta descubre tras ese regreso, o tras cerrar -con palabras de fuego y de óxido- la cancela del poema.
   Cada poema de este libro es un hallazgo. Los poemas se leen con cierto desasosiego y se releen con el placer de la sabiduria escondida entre líneas. Y, todos, sin excepción, invitan a una reflexión sobre la vida, sobre el paso del tiempo, sobre lo que somos, o fuimos, o deseamos ser o dimos en fracaso. La escritura en este libro, más allá de una huida, de una fractura, es un encuentro, o un reencuentro. Hay algo de salvación, como el nadador que busca conchas en el fondo del mar y agota la respiración hasta el último punto, hasta coger esa ansiada concha -la escritura del poema- y buscar la superficie con todo el ahínco para exhalar esa bocanada de aire que nos devuelve a la vida.
   Estamos, pues, ante un libro que nos abre un camino alrededor de la existencia, en ambos planos, como artífices de esta rueda que gira sobre nuestros actos y nuestra conciencia (de ser y de estar) y como espectadores de esta tragicomedia donde damos en vivir y escribir, cuando podemos y acontece.
   Os dejo uno de los poemas más significativo del libro, Promesas.

Promesas

Prometí volver a la playa de Dieppe
a ser otra vez el hueco
que cosió la sal en sus guijarros,
a sentirme tan minúsculo como un hombre
y tan infinito
como aquella puesta de sol
que encontré desgajada en los charcos.

Prometí volver a pasear
bajo la noria vacía,
bajo cada uno de los giros
que,
cercados al compás de un viento azul
liberaban al mundo
en la imaginación de mi viaje.

Lo prometí y así lo hago,
en este trozo de papel
donde desprendido de luz
todo recuerdo
se alumbra en las palabras