sábado, 8 de noviembre de 2014

ANAQUELES SIN DUEÑO, de Pedro A. González Moreno

Hace ya unos meses que el libro de Pedro A. González MorenoAnaqueles sin dueño, está sobre mi escritorio. Voy y vuelvo a él porque es un libro plagado de poemas hermosos, de gran profundidad humana y de un gran desgarro en muchos versos. González Moreno es un poeta que cuenta casi todos sus libros publicados por premios. Y, ciertamente, la calidad de su poesía es digna merecedora de todos esos reconocimientos. Como el presente libro, que fue premiado con el Alfons el Magnànim "Valencia" de poesía en castellano


El libro forma parte de una estantería con un prólogo y cinco baldas. Baldas donde reposan, descansan y son cogidos y leídos los libros de los poetas a los que se rinden homenaje en Anaqueles sin dueño. Porque los poetas homenajeados tienen en común, al margen de su enorme calidad poética, el hecho de haberse suicidado, de haber optado por poner fin a su vida de manera voluntaria. La nómina de los poetas a los que Pedro A. González Moreno dedica sus versos es bastante extensa y están representados los poetas (entiéndase en este plural mujeres y hombres) que todos, mayormente, guardamos en nuestra memoria. A raíz de las razones que les avocaron al suicidio, de las circunstancias particulares, de motivos expresos en sus obras, aborda González Moreno la génesis de sus poemas, intentando -y logrando- recrear el particular mundo, la visión poética, de cada uno de ellos.      
Cada poema -los homenajes generales y los particulares- es un hallazgo y es una pieza perfecta dentro de ese rompecabezas que es el pensamiento humano y, sobre todo, esos fragmentos, esas fracturas, que hacen que una torre sólida -o aparentemente sólida- se desmorone. En definitiva, es un libro que nos hace disfrutar con una poesía de hondo calado humano y, por ende, existencial. Un libro al que voy y vuelvo, con asiduidad, y placer.

ÚLTIMO AMANECER

"Her bare
feet seem to be saying:
We have come so far, it is over.
Each dead child coiled, a white serpent,
One at each little
Pitcher of milk, now empty."
                                          Sylvia Plath

No abras aún la espita.
Espera a que amanezca. Que la luz
pueda tocar tu cuerpo cuando llegue.
No selles todavía
la puerta. Si es preciso
nos ahorcaremos con la misma soga,
seremos blanco de una misma bala
o, si tú lo prefieres,
nos beberemos, sorbo a sorbo, el aire.
Pero aguarda. Muy pronto
la claridad comenzará a adueñarse
de la casa. Procura
dejar el desayuno preparado a los niños
para que ahí, muy cerca,
no se note que faltas.
Vierte en las tazas tu dolor de madre
con el gesto piadoso de quien se dispone
a regar ese árbol donde su propia carne
ha de seguir creciendo.
Espera a que la luz entre despacio
en tus ojos. Después
yo besaré tu carne envenenada,
me beberé, mezclada con vino, tu saliva.
No entregues a la noche
tu cuerpo. Espera: con la claridad
esas tazas de leche
tendrán sabor a savia. Y si es preciso
yo llevaré después tu sombra de la mano
al otro lado de la casa,
a ese otro lado donde, ya sin ti,
mañana -si amanece-
las ramas de tu miedo y de tu savia
continuarán creciendo...