Ayer por la mañana, por aquellas coincidencias y por motivos de trabajo, me encontré con dos horas libres para pasear y perderme por el centro de Bilbao. Así pues, un taxi me dejó enfrente del museo Guggenheim, al cual le di una vuelta de 360 grados y pude admirar su sorprendente arquitectura. Desde allí, y por la alameda Recalde, pasé por la plaza de Federico Moyúa y seguí por la Gran Vía, disfrutando de los bellos edificios que iban apareciendo a mi paso. En mi recorrido pasé por delante de La Casa del libro y entré para ver si encontraba algún libro interesante de un poeta vasco. Y sí, lo encontré. Mientras tanto cógeme la mano (Bitartean heldu eskutik) del poeta Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970). Con el libro bajo el brazo continué mi paseo hasta el Casco Viejo y la plaza Nueva donde, en Casa Víctor Montes, tomé unos excelentes pinchos y unas copas de un Rioja exquisito. Allí, en un rincón de la estrecha barra, abrí el libro de Kirmen (este libro fue Premio Nacional de la Crítica) y leí, ajeno al ruido propio del local, varios de los poemas. Poemas, todos ellos, que despliegan, por encima de todo, una voz personalísima, una manera de afrontar el poema novedosa, atrayente. Con un estilo directo que envuelve al lector, que lo hace partícipe, que lo acerca a la génesis del poema. Y desde temas o puntos de vista, desde paisajes e historias que lo circunscriben a una manera de sentir de sus raíces vascas, su poesía es universal en cuanto a los temas, en cuanto a los postulados, en cuanto al lenguaje y su modernidad. Fue todo un descubrimiento que se sumó, sin duda, a todo el paisaje urbano de Bilbao. Traigo a este post el poema El Cerezo. Es un poema que me gusta por cómo el tema de la muerte va adquiriendo trascendencia y, sobre todo, por ese final que posee una enorme fuerza expresiva (tanto en lo que dice, como en lo mucho que no dice).
EL CEREZO
Ha muerto el cerezo de casa,
el que veíamos en flor desde la ventana,
¿te acuerdas?
Tan frágil frente a ese mar inmenso.
El cerezo es un árbol delicado.
Me lo decía mi tío, ya sabes,
el que nos enseñaba dónde hacían sus nidos
las golondrinas.
El cerezo no suele vivir
más allá de veinticinco años.
El perro de casa también ha muerto.
Bueno, lo mató el veterinario con una inyección.
Enloqueció de la noche a la mañana.
Al principio no quería salir de la caseta.
Luego empezó a matar ovejas y a morder a los de casa.
Murieron poco después de que murieras tú.
Kirmen Uribe
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