Durante las últimas semanas he estado inmerso en la lectura del libro VIDA, PASIÓN Y MUERTE de F. GARCÍA LORCA, escrito por el estudioso Ian Gibson. El libro recorre toda la vida de Lorca, desde sus incios infantiles en Fuentevaqueros y Valderrubio (antiguamente llamado Asquerosa), su paso por "El Rinconcillo" de Granada, su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde se consagra como poeta, su viaje a Nueva York y a Buenos Aires (ya como reconocido dramaturgo) y su fusilamiento en el Barranco de Víznar. Un libro que descifra muchísimas de las claves de la obra lorquiana, de la gestión de sus libros de poemas y de teatro, de la lucha interna por su condición homosexual, de sus relaciones humana, culturales y políticas...
Hace pocas semanas estuve visitando las casas de Fuentevaqueros y Valderrubio en la vega granadina y tuve la oportunidad de hacerme una idea clara y fidedigna (pese a los años transcurridos) del ambiente y el paisaje que nutre la poesía y la obra de García Lorca. Toda su obra se basa, principalmente, de los años vividos en esos ambientes y parajes, de los personajes peculiares que los habitaron, del rumor de las aguas y del viento en las choperas...
(José Luis García Herrera en la habitación de García Lorca en Valderrubio) |
Uno de los capítulos que siempre más me ha impresionado de los últimos días de Lorca en Granada, ha sido el de su traslado desde la Huerta de San Vicente (donde vivía con su familia) a la casa del poeta Luis Rosales. ¿Qué miedos, qué sentimientos, qué presagios, habitarían el alma de Lorca en aquel preciso instante en el que abandonaba el hogar familiar para refugiarse en el hogar falangista de los Rosales? Eran momentos de terror y de incertidumbre, de adioses, en todos los sentidos. Hace algunos años escribí este poema, recogido en mi libro La huella escrita. Aquí os lo dejo, como humilde homenaje a uno de los mejores poetas en lengua castellana.
GRANADA,
12 de agosto de 1936
No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba.
GRANADA,
12 de agosto de 1936
No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba.
Rafael Alberti
Una luna
huérfana de ayer, enlutada,
trae una noche
callada de áspera espera,
de rota
esperanza en la ciudad desierta,
de miedos
ocultos bajo la ciudad en guerra,
de ecos sin
huellas, de gélida ausencia.
Un coche negro
avanza entre las sombras
de las calles
estrechas, sin señas ni luces
que delaten su
presencia, su espíritu firme
de eterno
fantasma con perfil clandestino
atravesando el
cruce del dolor y del olvido.
Desde la calle
de las Tablas se escucha
el hablar
quedo de quienes se acercan
esquivando las
cadenas del óxido y el calambre
que despliegan
las sultanas del miedo.
En esta noche
callada todos los sueños
poseen frío de
caverna y de caballos muertos.
En esta noche
se fragua el lamento
de un crimen
que rompe la cruz del silencio.
A la hora más
cruda que impone el exilio
un coche
–caballo salvador, taxi clandestino- frena
frente al
número uno de la calle Angulo.
El rumor de
unos pasos rebela una huida
y el crujido
de una puerta cuando se abre
-pasadizo de
esperanza tejido entre cales-
confirma la
seguridad afable que transmite,
más allá del
patio, el silencio de los rosales.
En el segundo
piso de la noble casa,
después de los
abrazos, de las breves frases
que desean
borrar el humo del desaliento,
se extienden
-sobre cama de acero
y sábanas
blancas- las escasas pertenencias
que visten de
condena las últimas horas
del último
viaje a través de la tierra.
En esta noche
de voces remotas
la esperanza
muestra unas alas muy cortas.
Un hombre de
tez morena y sonrisa abierta
esconde una
pena honda en el alma
mientras
recita versos graves de agua negra
y le desea,
con el adiós escrito en la mirada,
una feliz
noche a su divina carcelera.
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