Día de lluvia y noche de reyes. Día triste de agua descolgándose por las tejas y resbalando mansamente por los cristales de la ventana. Día triste para niños ilusionados en la cabalgata de los reyes, en los portadores de felicidad y regalos. Día triste para los adultos que guardamos un niño dentro que espera con ilusión este día con renovada esperanza. Pero la lluvia insiste en aguarnos la fiesta, en dejarnos con un extraño sabor de boca a sueños desgajados como un barco de papel que, lentamente, se hunde entre los arpegios del agua. Y frente a ese paisaje gris viene a mi mente un poema, un poema que escribí hace ya algún tiempo, también en un día de lluvia. Poema al que titulé "El llanto de la nostalgia" y que apareció publicado en mi libro Las huellas en el laberinto, con el que obtuve el XXVI Premio "Ciudad de Benicarló" y que fue publicado por la editorial Brosquil de Valencia.
EL LLANTO DE LA NOSTALGIA
Cae la tarde en el pozo lento de la nostalgia,
en esa hora indefinible donde todo es posible
menos saberse héroe de los días lejanos y discípulo
de aquel que nos acompaña con nuestro nombre.
Llueve. Llueve una lluvia cansina, lenta, suave,
como si temiera desteñir el tapiz del paisaje,
como si todo se pudiera romper en un instante.
Parte de mí está en la caída de la lluvia, en esa gota
que desciende por el cristal. Al principio,
con timidez, casi por el deber de ser hilo vertical
sobre el precipicio de los mares helados. Después
avanza un trecho rápidamente y otra vez se detiene.
Se diría que preguntándose si sirve de algo
ese trayecto sordo, solitario. Al fin,
reuniendo fuerzas de flaqueza, se arroja feroz
en busca de un final, de un alocado suicidio,
estrellándose contra el marco de la ventana.
La tarde ya es noche cerrada. En esa hora trágica
-donde todo es posible- es mejor no mirar
como cae la lluvia, como llora la nostalgia.
José Luis García Herrera
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