sábado, 20 de febrero de 2010

PRAGA E ISABEL-CLARA SIMÓ

Creo que no es ningún secreto si declaro que soy un enamorado de la ciudad de Praga. La capital checa fue para mí un gran descubrimiento y una fuente de inspiración poética que me brindó un libro, Mar de Praga, del que me siento muy orgulloso. Por dicha razón, todo aquello -y principalmente la poesía- que esté relacionado con la ciudad de Praga posee un atractivo especial para mí. Y uno de esos momentos especiales me ocurrió hace un par de días cuando, al comprar el libro de poemas El Conjur (El Conjuro) de la escritora catalana Isabel-Clara Simó, descubrí un poema (el que cierra el libro) dedicado a la sinagoga Pinkas y, por ende, dedicado a la ciudad de Praga. Ciudad, dicho sea de paso, que a nadie deja indiferente; ya sea por su historia, por su belleza arquitectónica, por el atractivo romántico que despliegan muchos de los rincones que trazan el ritmo sinuoso de sus calles. El poema en cuestión, Les parets que sagnen (Las paredes que sangran) retrata la emotividad y la desolación que deja en el alma la visita a la sinagoga Pinkas. Todo aquel que la halla visitado advertirá, inmediatamente, la intensidad emocional del poema. Y para todo aquel que aún no la haya visitado será también un golpe en el corazón. Porque Isabel-Clara Simó logra, con acertada visión, con palabras que hieren, reflejar los sentimientos encontrados de todo aquel que, ante la lista de miles de nombres escritos, comprende las leyes de un horror y de un desastre que no debiera repetirse.

LAS PAREDES QUE SANGRAN

Si un día vas a Praga, allí donde el Moldava
lame la tierra en volutas elegantes, no dejes
de entrar en la sinagoga Pinkas. Es fácil de encontrar,
pues es allí donde los checos lloran a las víctimas judías,
en el cementerio más famoso del mundo.
Cuando entras, las paredes gritan, y sientes que te salpica
la sangre de los inocentes. Allí están escritos,
en letras muy pequeñas, pared tras pared:
cuarenta y cinco mil quinientos judíos de Chequia, la bella.
Por orden han escrito sus nombres, y han puesto
la edad. La lista cubre muros y rincones,
los dinteles y las lindes: toda la sinagoga
es una libreta fúnebre. Es el balance de un genocidio.
Cuando entras en la sinagoga Pinkas sientes deseos
de llorar, y sientes que la garganta te quema y quieres
huir. ¿Dónde huirás, esclavo de los prejuicios,
si no adentro mismo de la pared?
En el mundo hay muchos memoriales parecidos,
sangre vertida, insensata codicia
de personas que creen que matar
es su deber. Pero en la sinagoga Pinkas,
en el corazón de Praga, te sientes como un verdugo,
como si las paredes que sangran, las paredes
que gritan, fuesen escritas para ti,
porque tú, déjame que te lo diga ahora,
también formas parte de la repugnante tropa
de los asesinos. No te hagas ilusiones:
te revuelves indignado porque tienes
tu parte de culpa, porque tú también mataste.
Al lado, está el cementerio de lápidas torcidas,
más triste que todos los cementerios
donde lloramos por nuestra vida efímera.
No es necesaria ninguna lección de Historia: sólo mira
las paredes de Pinkas, y prueba el amargo
sabor de la muerte en tus labios.

Traducción: José Luis García Herrera

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